Darnos cuenta

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Basura tecnológica

¿Su televisor o su computadora desechados terminarán en una cuneta en Ghana?

Junio es la temporada de lluvias en Ghana, pero aquí, en Accra, la capital, la lluvia matutina ha cesado. Conforme el sol calienta el aire húmedo, las columnas de humo negro empiezan a elevarse sobre el extenso mercado de Agbogbloshie. Sigo una de ellas para hallar su origen, que se encuentra un poco más adelante de los vendedores de plátanos y lechugas, después de los puestos de llantas usadas y a través de un estruendoso mercado de chatarra donde unos hombres encorvados trabajan golpeando alternadores y bloques de cilindros para enderezarlos. En poco tiempo, el enlodado camino está flanqueado por montones de televisores viejos, armazones de computadora vacíos y monitores destrozados en una pila de tres metros de alto. Más allá, se extiende un campo cubierto por ceniza y salpicado por destellos ambarinos y verdes: son los pedazos de tableros de circuitos quebrados. Ahora veo que el humo no proviene de una fogata, sino de múltiples hogueras pequeñas. Muchas figuras se mueven entre los gases tóxicos, algunas remueven las llamas con palos, otras llevan los brazos llenos de cables de computadora de colores; la mayoría son niños.

Asfixiado, tomo mi camisa para cubrirme la nariz y me acerco a un muchacho de unos 15 años cuyo delgado cuerpo está envuelto por el humo. Se llama Karim y me cuenta que ha cuidado fogatas como esas durante dos años. Atiza el fuego de una de ellas y luego desaparece la parte superior de su cuerpo cuando se inclina sobre el hollín humeante. Levanta una maraña de alambre de cobre lejos de la vieja llanta que está usando como combustible y, al ponerla en un charco de agua para apagar las llamas, se oye cómo sisea. Una vez quemado el aislante ignífugo –proceso que libera una gran cantidad de sustancias cancerígenas y otros tóxicos– el alambre puede redituar un dólar al venderlo a un comprador de chatarra metálica.

Hago una nueva visita al mercado. En un montón de cenizas similar, sobre una ensenada que da al océano Atlántico cuando llueve mucho, Israel Mensah, un joven de unos 20 años, se acomoda sus lentes de diseñador y me explica cómo se gana la vida. Todos los días los vendedores de chatarra llevan montones de equipo electrónico viejo, cuyo origen él desconoce. Israel y sus socios compran unas cuantas computadoras o televisores; sus amigos y familiares, y hasta dos muchachos descalzos, nos escuchan embelesados mientras platicamos. Extraen el cobre que va pegado a los tubos de rayos catódicos y, al romperlos, dejan el terreno lleno de fragmentos que tienen plomo contaminante, una neurotoxina y cadmio, un elemento cancerígeno que daña los pulmones y los riñones. Sacan las piezas que pueden volver a venderse, como unidades de disco y chips de memoria. Luego arrancan el alambre y queman el plástico. Él vende el cobre extraído de una carga de chatarra para comprar otra. La clave para ganar dinero no es la seguridad sino la rapidez. Cerca, en la laguna, flotan caparazones de monitores rotos. Mañana, la lluvia los arrastrará hacia el océano.

Los humanos siempre han sido muy competentes en cuanto a generar basura. En el futuro, los arqueólogos observarán que en las postrimerías del siglo xx un nuevo tipo de residuos nocivos explotaron por todo el paisaje: los despojos digitales conocidos como desechos electrónicos. Hace más de 40 años, el cofundador de Intel, Gordon Moore, el fabricante de chips para computadoras, observó que la capacidad de procesamiento de los equipos de cómputo se duplica aproximadamente cada dos años. Un corolario no declarado de la “Ley de Moore” es que en cualquier momento todos los equipos considerados de vanguardia están simultáneamente a las puertas de la obsolescencia. Según la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA, por sus siglas en inglés), se calcula que de 30 a 40 millones de computadoras estarán listas para la “administración de la obsolescencia” durante los siguientes años.

Las computadoras difícilmente son el único soporte físico electrónico acosado por la obsolescencia. Se ha programado que el cambio a transmisión de televisión digital de alta definición se complete para 2009, volviendo inoperantes los televisores que hoy funcionan perfectamente, pero que sólo reciben la señal analógica. Mientras los televidentes se preparan para ese cambio, unos 25 millones de televisores son sacados de circulación por sus usuarios cada año. En el mercado de la telefonía celular, cuyos consumidores tratan de ir a la moda adquiriendo el modelo más reciente, 98 millones de teléfonos recibieron su última llamada en 2005 en Estados Unidos. Si se cuadraran las cifras de todas las fuentes de desechos electrónicos, el equipo eliminado podría elevarse a 45 millones de toneladas métricas anuales en todo el mundo, según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.

Entonces, ¿adónde va a parar toda esa chatarra? En EUA, se calcula que más de 70 % de las computadoras y de los monitores desechados, así como más de 80 % de los televisores terminarán a la larga en un vertedero de residuos, pese al creciente número de leyes estatales que prohíben tirar desechos electrónicos, ya que pueden filtrar plomo, mercurio, arsénico, cadmio, berilio y otras sustancias tóxicas en la tierra. Mientras tanto, según la EPA, a partir de 2005 se ha guardado un volumen inconmensurable de equipo electrónico que no se usa. Incluso si permanece en áticos y sótanos indefinidamente, sin llegar nunca a un vertedero de residuos, esa solución tiene su propio efecto indirecto en el medio ambiente. Además de las sustancias tóxicas, los desechos electrónicos contienen considerables cantidades de plata, de oro y de otros metales valiosos que son conductores de electricidad muy eficientes. En teoría, reciclar el oro de las tarjetas madre de computadoras caducas es mucho más rentable y causa menos destrucción ecológica que extraerlo de la roca, lo que a menudo pone en peligro selvas tropicales primigenias.

Actualmente, menos de 20 % de los desechos electrónicos que entra en el proceso de eliminación de desechos sólidos se encauza mediante compañías que se anuncian como recicladoras, aunque es probable que ese porcentaje aumente cuando estados como California tomen medidas enérgicas para evitar que terminen en vertederos de residuos. No obstante, la práctica de reciclar en el sistema actual es menos benéfica de lo que suena. Mientras algunas empresas de reciclaje preparan el material pensando en reducir al mínimo la contaminación y los riesgos para la salud, la mayoría de ellas lo vende a intermediarios que lo embarcan a países en desarrollo, donde el cumplimiento de la ley para proteger el medio ambiente no es tan estricto.

Muchos gobiernos, conscientes de que la eliminación inadecuada de desechos electrónicos daña el medio ambiente y la salud, han buscado establecer una reglamentación internacional obligatoria. El Convenio de Basilea de 1989, un acuerdo entre 170 naciones, exige que los países desarrollados notifiquen a las naciones en desarrollo la llegada de embarques con desechos peligrosos. Muchas naciones subdesarrolladas y grupos ecologistas y declararon que los términos eran muy poco estrictos, y en 1995 las protestas resultaron en una enmienda conocida como la Prohibición de Basilea, que impide exportar desechos peligrosos a los países pobres. Aunque la prohibición aún no entra en vigor, la UE ha consignado los requisitos en sus legislaciones.

La UE también exige que los fabricantes sean responsables de la eliminación adecuada de los materiales que producen. Hace poco, una nueva directiva de la UE aconseja el “diseño ecológico” de productos electrónicos, fijando límites para niveles admisibles de plomo, mercurio, agentes ignífugos y otras sustancias. En otra, se exige que los fabricantes monten infraestructura para recolectar los desechos electrónicos y se garantice un reciclado responsable; una estrategia llamada “de devolución”. A pesar de estas medidas preventivas, una cantidad considerable de toneladas no informadas sigue saliendo de puertos europeos sin ser detectada, con destino al mundo en desarrollo.

Asia es el centro de manufactura de casi toda la tecnología de vanguardia, y a ese lugar suelen volver los aparatos cuando se tornan inservibles. China ha sido durante mucho tiempo el cementerio mundial de los equipos electrónicos. Con el crecimiento explosivo de su sector manufacturero, que impulsa la demanda, los puertos chinos se han convertido en los conductos para el material reciclable de todo tipo: acero, aluminio, plástico, incluso papel. A mediados de los ochenta, los desechos electrónicos también empezaron a llegar a los puertos en grandes cantidades, llevando la lucrativa promesa de los metales preciosos incrustados en los tableros de circuitos. Vandell Norwood, dueño de Corona Visions, empresa de reciclaje de Texas, recuerda cuando los intermediarios extranjeros de desechos comenzaban a buscar equipos electrónicos para embarcarlos a China. Actualmente, se opone a dicha práctica, pero en ese entonces él y muchos colegas se percataron de que era una situación que beneficiaba a ambas partes. “Decían que todos esos aparatos se reciclarían y se pondrían otra vez en circulación –Norwood recuerda cómo se lo aseguraban los intermediarios–. Parecía ecológicamente responsable y era lucrativo porque me pagaban para que yo me deshiciera de ellos”. Volúmenes enormes de desechos electrónicos se embarcaban y se obtenían grandes ganancias.

La percepción de que era un negocio ecológicamente responsable se desvaneció en 2002, año en que BAN (Basel Action Network, grupo que se opone al envío de desechos peligrosos a naciones en desarrollo) estrenó un documental que mostraba cómo se reciclaban los desechos electrónicos en China. Exporting Harm se centraba en el pueblo de Guiyu, de la provincia de Guangdong, que se había convertido en un tiradero de cantidades descomunales de basura electrónica. BAN documentó cómo miles de personas llevaban a cabo en prácticas peligrosas, como quemar alambres de computadora para sacar el cobre, fundir tableros de circuitos en botes para extraer el plomo y otros metales, o remojar los tableros en un ácido potente para aislar el oro. Aunque en 2000 China prohibió la importación de desechos electrónicos, eso no suspendió el comercio. Sin embargo, tras la publicidad generada en todo el mundo por el documental, el gobierno amplió la lista de desechos electrónicos prohibidos y exigió a los gobiernos locales que hicieran cumplir la interdicción decididamente.

En un viaje reciente a Taizhou, ciudad de la provincia de Zhejiang, al sur de Shanghai, que era otro centro de tratamiento de desechos electrónicos, vi los esfuerzos para hacer cumplir la prohibición, pero también observé áreas donde esta no funciona para detener la importación de materiales. Hasta hace unos años, el paisaje lleno de colinas a las afueras de Taizhou era el centro de una industria, enorme pero informal, para desarmar equipos electrónicos que competía con Guiyu. Pero hoy, los funcionarios de aduanas de los cercanos puertos de Haimen y Ningbo –centros distribuidores informales de grandes volúmenes de chatarra metálica– investigan si los envíos que llegan contienen desechos peligrosos.

Sin embargo, para algunas personas quizá sea demasiado tarde, debido a que ya se desencadenó un ciclo de enfermedad o de discapacidad. En una avalancha de estudios revelados el año pasado, científicos chinos documentaron la difícil situación ambiental de Guiyu. El aire en algunos sitios que aún operan recuperando material electrónico contiene las cantidades más altas de dioxinas registradas en cualquier lugar del planeta. Las tierras están saturadas con esta sustancia química, probablemente cancerígena, que puede afectar los sistemas endocrino e inmunitario. En la sangre de los trabajadores de la industria electrónica se detectaron niveles elevados de difeniléteres polibromados (PBDE, por sus siglas en inglés); se trata de agentes ignífugos de uso corriente en los productos electrónicos y potencialmente dañinos para el desarrollo fetal, incluso en niveles muy bajos.

Es casi imposible evaluar cuántos desechos electrónicos siguen entrando a otras partes de Asia, o se tiran –cada vez más– en países de África Occidental.

Quizá algún día China logre reducir las importaciones de desechos electrónicos, pero hoy fluyen libremente. Los embarques que hace unos años podrían haber ido a puertos en las provincias de Guangdong o Zhejiang se desvían con facilidad a puertos menos restrictivos en Tailandia, Pakistán o en otros lugares. “Globalmente, no ayuda que países como China o India se vuelvan restrictivos. El flujo de desechos sólo cambia de ruta, se dirige adonde haya menos obstáculos”, señala David N. Pellow, catedrático de estudios étnicos que investiga este tipo de desechos desde un punto de vista de justicia social. Es casi imposible evaluar cuántos desechos electrónicos siguen entrando clandestinamente a China, son desviados a otras partes de Asia, o se tiran –cada vez más– en países de África Occidental, como Ghana, Nigeria y Costa de Marfil.

En Accra, Mike Anane, un periodista local que escribe sobre temas ambientales, me lleva hacia el puerto marítimo. Los guardias nos impiden atravesar la entrada; pero los conductores de unos camiones en una gasolinera cercana nos señalan unas instalaciones portuarias calle arriba, donde dicen que a menudo descargan computadoras. En ese lugar, en un patio de depósito, los lugareños abren un contenedor enviado desde Alemania. Montones de zapatos, ropa y bolsas de mano se desparraman sobre el asfalto. Entre el desorden, hay unas estropeadas computadoras Pentium II y III y monitores con caparazones agrietados a los que les faltan algunos botones, todo descansando bajo la lluvia. Un hombre nos oye preguntar, “¿Quieren computadoras –interroga–, cuántos contenedores?”. Cerca del puerto, entro en un edificio que parece un taller; arriba de la puerta tiene un letrero: “Importadores de artículos británicos usados”. Adentro veo más computadoras antiguas, televisores y componentes de sistemas de audio. Según el encargado, el dueño del local importa un contenedor de 12 metros a la semana. Los artículos que funcionan son para la venta. Aquellos que están descompuestos se rematan a un precio ínfimo a los recolectores de chatarra.

Por toda la ciudad, las banquetas están atestadas con tiendas de artículos electrónicos usados. En un barrio llamado Darkuman, un puesto mal iluminado está lleno, desde el frente hasta el fondo, de monitores con tubos de rayos catódicos. En los países ricos, estas son reliquias sin valor; sobre todo, es difícil deshacerse de ellas por sus altos niveles de plomo y de otras sustancias tóxicas. Al parecer, aquí tampoco nadie las quiere. Algunos son monocromáticos, con diminutas pantallas. Los muchachos pronto estarán desbaratándolos en un mercado de chatarra. La etiqueta con el precio de uno de los monitores lleva el rótulo de Goodwill, una cadena de tiendas de beneficencia con sede en Frederick, Maryland, a 45 minutos en automóvil desde mi casa. Mucha gente dona sus computadoras viejas a este tipo de instituciones creyendo que, al hacerlo, ayudará a otros. Yo bien podría haber hecho lo mismo. Le pregunto al propietario de la tienda dónde adquirió los monitores. Se los envió su hermano que vive en Virginia, dice. No ve motivo para no darme su número de teléfono.

Cuando Baah, el hermano, finalmente me devuelve las llamadas, no resulta ser un sujeto sospechoso que trate de evitar a la prensa sino un empleado que trabaja 15 horas al día arreglando excusados e instalaciones eléctricas. Para ganar lo suficiente, me explica que trabaja por las noches y en fines de semana exportando computadoras usadas a Ghana mediante su hermano. Una Pentium III reditúa 150 dólares en Accra, y a veces puede comprar las computadoras por menos de 10 dólares en páginas de liquidación en internet. O compra cargas a granel en tiendas de beneficencia (los gerentes de la tienda Goodwill, cuyo monitor terminó en Ghana, dijeron que ellos no vendían cantidades importantes de computadoras a los comerciantes). Cualquiera que sea su origen, el margen de ganancia de una computadora que funcione es considerable.

El riesgo de comprar esas computadoras es que nada garantiza que funcionen, y las compañías siempre tratan de deshacerse de la basura. Los monitores con tubos de rayos catódicos, aunque inservibles, en muchos casos son parte del trato. Baah tampoco tiene tiempo ni espacio para desempacar y verificar los cargamentos. “Uno manda todo para allá y la mitad no funciona –afirma indignado–. Lo único que uno puede hacer entonces es venderlas a quienes compran chatarra –añade–. No tengo la menor idea de lo que hagan con ellas a partir de ese momento”. El pequeño negocio de exportación de Baah es sólo un goteo en la catarata de desechos electrónicos que mana desde Estados Unidos y el resto del mundo desarrollado. A la larga, la única forma de evitar que esta inunde Accra, Taizhou o muchos otros lugares es crear una forma más responsable de eliminar los desechos electrónicos. Una empresa de Florida llamada Creative Recycling Systems ha empezado a hacerlo.

A la larga, la única forma de evitar que los desechos electrónicos inunden Accra, Taizhu o un centenar de otros lugares es crear una nueva forma más responsable de eliminarlos.

El principal factor del modelo comercial de esta compañía produce un gran estruendo en el extremo de un almacén –una máquina del tamaño de un edificio que opera de manera semejante a una cadena de montaje, pero al revés–. Jon Yob llamó “David” a la inversión de más de tres millones de dólares en maquinaria y procesos cuando se instalaron en 2006; Goliat es el imponente acopio de desechos electrónicos que se producen en Estados Unidos. El día de mi visita, los dientes de acero de la máquina trituran perfectamente componentes de audio y de video. Mediante filtros y presión al vacío, se atrapa todo el polvo del proceso. “El aire que libera el equipo es más puro que el aire ambiental del edificio”, grita para hacerse oír en ese estruendo Joe Yob, el vicepresidente de la compañía (hermano de Jon). Una banda transportadora lleva material a distintos puntos del proceso donde se separan las diversas piezas del equipo desarmado: cribas que vibran al permitir el paso de algunas partículas dependiendo de su tamaño o su pureza, imanes, un dispositivo para extraer vidrio con plomo y un separador por corriente de Foucault –similar a un imán invertido, aclara Yob– que lanza a un cubo los metales no ferrosos, como el cobre y el aluminio, junto con metales preciosos, como el oro, la plata y el paladio. El producto más valioso –los tableros de circuitos triturados– se envía a un moderno horno de fundición en Bélgica, que se especializa en el reciclado de metales preciosos. De acuerdo con Yob, una caja de medio metro cuadrado que contenga esos tableros puede valer hasta 10 000 dólares.

En Europa, donde la infraestructura de reciclaje está más desarrollada, las enormes maquinarias recicladoras como David son bastante comunes. David puede procesar alrededor de 70 millones de kilogramos de productos electrónicos anualmente, no serían necesarias muchas más de esas máquinas para procesar toda la basura tecnológica que produce el país. Pero según las políticas actuales, kilo por kilo, sigue siendo más lucrativo exportar los desechos que procesarlos sin peligro en el país. “No podemos competir económicamente con quienes lo hacen de manera incorrecta, quienes la envían al extranjero”, concluye Yob. Por consiguiente, la cantidad que Creative Recycling invirtió en David representa una apuesta, que podría fructificar si la EPA instituyera un proceso de certificación para las empresas de reciclaje, que definiera normas mínimas para la industria. Las compañías que dependen principalmente de las exportaciones tendrían dificultades para cumplir con esas normas. La EPA está investigando las opciones de certificación.

En última instancia, enviar los desechos electrónicos al extranjero quizá no sea beneficioso ni barato para el mundo desarrollado. En 2006, el químico Jeffrey Weidenhamer compró bisutería china en una tienda local que vende sus artículos en un dólar, para que las analizaran en su clase. Que las piezas tuvieran grandes cantidades de plomo fue perturbador, pero no una sorpresa; estas alhajas hechas en China se comercializan con mucha frecuencia en EUA. Más reveladoras fueron las cantidades de aleación de plomo, estaño y cobre. Como Weidenhamer y su colega Michael Clement exponen en un ensayo científico publicado el pasado julio, los porcentajes de esos metales en algunas muestras indican que su origen fue la soldadura de plomo empleada en la fabricación de tableros de circuitos electrónicos.

“En este momento Estados Unidos exporta enormes cantidades de materiales con plomo a China, y ese país es el principal centro manufacturero del mundo –señala Weidenhamer–. No sorprende para nada que las cosas terminen en el punto de partida y que ahora recibamos de vuelta productos contaminados”. En una economía global, que las cosas no estén a la vista no significa que permaneceremos ajenos a ellas por mucho tiempo.


Escrito por: Chris Carroll el 31 de Diciembre de 2007
National Geographic - Ver artículo original

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